Y a Chile también nos ha golpeado y fuerte. Sacerdotes muy conocidos han sido objeto de acusaciones y solo nos resta confiar en que la verdad saldrá a flote y que sea cual sea el resultado de la investigación, la justicia con caridad prevalecerá.
Cambiar el mundo
El mundo se mueve de acuerdo con la fuerza con que las personas lo tiren para uno u otro lado. Los que no tomen posición, serán arrastrados por la marea sin poder hacer nada para detenerla. Y los que influyen lo hacen o por la fuerza física, la fuerza de las ideas o la fuerza del espíritu. La fuerza del espíritu es la fuerza superior y es la que trasciende a las ideas e incluso a la fuerza física. Pero la fuerza del espíritu, que más bien es una voz, una guía, una luz para el camino, es muchas veces dejada de lado ya sea por comodidad o por tener nuestros corazones cerrados a su mensaje. Indudablemente que esta fuerza mueve montañas. El cristianismo, en los últimos 2000 años ha sido para el mundo occidental "la infuencia" que ha permeado los grandes movimientos intelectuales de occidente. Otros movimientos espirituales como el judaísmo, el islamismo, el hinduísmo, por mencionar a algunos, han sido grandes fuentes de inspiración en las respectivas civilizaciones donde encuentran su arraigo primario. En definitiva es la fuerza de Dios, su voz la que motiva y produce los grandes cambios de la historia.Tomar decisiones responsablemente
Por nuestra naturaleza de seres libres, a veces nos inclinamos hacia aquellos bienes que pueden darnos cierta satisfacción, pero no necesariamente la felicidad.Adán y Eva optaron por un bien menor ante la alternativa de continuar viviendo en armonía y cerca de Dios. Y esa decisión significó anteponer el bien personal por sobre una entrega total a Dios y, por lo tanto, a los demás. Los desvíos que nos alejan del camino que conduce a Dios han sido siempre atractivos y tentadores.
La Odisea nos cuenta lo que tuvo que hacer Ulises para que su nave no encallara contra las rocas: tapar con cera los oídos de sus navegantes a fin de evitar que fueran tentados por el canto de las sirenas.
Eso ya no es posible ni aceptable en nuestros días, pues la libertad es un bien que todos debemos ejercer autónomamente y en forma responsable. No obstante ello, la influencia que ejerce en la sociedad la acción colectiva, es muy grande, casi irresistible. Benedicto XVI lo ha dicho recientemente en Fatima: “La presión ejercida por la cultura dominante, que presenta insistentemente un estilo de vida basado en la ley del más fuerte, en el lucro fácil y seductor, acaba por influir en nuestro modo de pensar, en nuestros proyectos y en el horizonte de nuestro servicio, con el riesgo de vaciarlos de aquella motivación de fe y esperanza cristiana que los había suscitado”.
Está claro que buscar el bien superior, que es Dios, significa sacrificio y casi se podría decir, remar contra la corriente. Si la sociedad estuviera orientada hacia Dios, no sería necesario el dinero ni existiría la propiedad privada. Todo se compartiría, porque todos aceptarían libremente el llamado de Dios. Pero eso solo puede ocurrir en la "ciudad celestial". En la ciudad terrenal no faltará el que se aproveche de la buena fe de los demás, sacándole el pillo al trabajo, acaparando más raciones que las que le corresponde, buscando mayores ganancias en desmedro de otros.
Ser consecuentes
El bien superior es aceptar con alegría los talentos y dones que Dios nos ha dado, pero no para goce personal sino que para ofrecerlos y compartirlos con los demás. Esto es lo que se llama estar al servicio del próximo, que implica escuchar a los que sufren, ayudar a los necesitados, acompañar a los abandonados. Y en esto los sacerdotes son un gran ejemplo que debemos emular, apoyar y estimular. No olvidemos que el camino escogido por el sacerdote es un camino de entrega y de renuncias. Aquel que escoge seguir a Jesús y tomar su cruz, asume un compromiso que la gran mayoría, con ayuda de la gracia y la permanente comunión con Dios, es capaz de cumplirlo.Lamentablemente algunos fallan en este peregrinar. Pero recordemos antes de juzgar, que hasta la persona más normal del mundo puede caer en faltas de consecuencia. Jesús nos dice que el que esté libre de culpas, que tire la primera piedra. Y esto porque la debilidad humana requiere de la ayuda del Espíritu Santo para mantenerse en la senda correcta. Ayuda que siempre está disponible y que somos libres de tomarla o no. Requiere la disposición y reconocimiento de que necesitamos de una luz que nos guíe, de una mano que nos acompañe.
Qué difícil es ser consecuente! San Agustín nos dice que la paz solo se consigue cuando el pensamiento y acción van ligados de la mano, cuando hay “acuerdo ordenado entre pensamiento y acción”. Y esto es lo que tenemos que tener presente a cada minuto: Vive como piensas porque de lo contrario terminarás pensando como vives. El espíritu tiene que predominar por sobre la carne.
Nuestra voluntad la podemos ejercitar y educar, pero no necesariamente dominarla. Y es fácil perder el foco de buscar el bien superior por un bien inferior que nos da un gusto o placer momentáneo pero que puede terminar esclavizando y provocando el mal a otros seres.
Dios: centro de nuestra vida
“Si me amais, guardareis mis mandamientos” (San Juan 14,15).La felicidad se encuentra poniendo a Dios en el centro de nuestra vida, lo que significa dejar a un lado nuestro ego. Cuando ponemos al "yo" antes que a Dios, comienzan los problemas que me quitan la paz. Cuando consideramos al yo en primer lugar, es cuando comenzamos a considerar atractivas las cosas de este mundo, las que me pueden esclavizar y hacer insensible frente al dolor ajeno. Y eso a veces lleva a tener conductas que sin querer dañan al prójimo.
Dicen que el infierno está lleno de gente con buenas intenciones. Es muy probable. Llevando las cosas a un extremo, es posible que un violador no tenga intención de hacer mal a su víctima, sino que solo darse un placer que no es capaz de renunciar. Lo mismo puede pasar con un pedófilo, un ladrón o un mentiroso. Lo que tienen en común todos ellos es que buscan su felicidad ante cualquier cosa, dañando con su actuar, conciente o inconcientemente, a inocentes criaturas.
San Agustín lo señala al decir que “es necesario amar a Dios y renunciar a uno mismo, porque o si no, se termina amando a uno mismo y renunciando a Dios”. Y renunciar a Dios es lo opuesto de darse a los demás. Es poner mi ego como el centro de mi vida, produciendo los males y desórdenes que vemos en esta tierra desde que nuestros primeros padres fueron expulsados del paraíso.
Lo que pasa en nuestra sociedad hoy en día no es novedad. Desde que el hombre es hombre, por su propia naturaleza libre, encontramos conflictos, todos originados por buscar la paz, pero la paz a mí manera. Ya San Agustín nos decía que la paz terrenal, opuesta a la paz celestial “es el fin deseado de la guerra, pues los que buscan la guerra no pretenden otra cosa que vencer y someter las fuerzas contrarias”. Muchos no quieren renunciar a la felicidad terrenal, anteponiendo ésta por sobre aquella. Y esa conducta, aparte de ser incompatible con nuestra felicidad eterna, conduce a los conflictos y perjudica especialmente a los más débiles.
En cambio, el que busca la felicidad eterna, la puede encontrar en la ciudad terrenal, siempre que priorice lo primero. Y esto no es más que tener como foco a Dios, saber que El nos ama y nos acompaña permanentemente, que nos apoya y nos conforta ante nuestras caídas y sufrimientos. Y sentirse cerca de Dios, escuchado por El, inspirado por El, hará que nuestro actuar en la tierra sea de entrega, de aprovechar bien los talentos que nos dio, de usar los bienes no para gozarlos sino que para hacer el bien, sin apegarse a los mismos.
Cada día es más frecuente ver cómo el que busca satisfacer sus apetitos individuales justifica su actuación aduciendo que está haciendo uso de su libertad y que tiene derecho a ser como se le da la gana. Esa postura individualista y hasta egoísta, ha llevado a permitir que muchas de las cosas que vemos a diario en nuestra sociedad sean consideradas normales. Si llegamos a creernos todopoderosos y hasta capaces de igualarnos a Dios! Pero esa falta de humildad es lo que nos hace perder el foco de hacia dónde debemos dirigirnos para encontrar la verdadera y última felicidad. Recordemos que Jesús nos ha dicho que “la felicidad está más en dar que en recibir” (Hc. 20,35).
La Oración
Es necesario tener humildad para reconocer nuestras limitaciones pues como dice el Papa Benedicto XVI, “cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre” (Caritas in Veritates 1).Y una vez que nos hacemos libres, es más fácil reconocer dónde encontrar nuestra felicidad. Seguro que no será con más bienes materiales sino que al sentirnos amados y apreciados por nuestros seres queridos y los que nos rodean. Ese reconocimiento solo se logra haciendo el bien a otros. Es difícil ser querido y obtener lealtades si no somos capaces de amar. Y amamos a Dios cuando amamos al prójimo. Cuando vemos en nuestro vecino, en el compañero de trabajo, en la persona que se nos cruza en la calle, una criatura de Dios y amada por Dios. Si Dios la ama, también debemos hacer lo mismo cada uno de nosotros. Y el amor se multiplica si nos mantenemos en comunicación permanente con Dios.
Santa Teresa de Calcuta señala que "no es posible comprometerse en el apostolado directo si no se es un alma de oración”. Y el Cura de Ars nos dice que "la oración no es otra cosa sino la unión con Dios". Mediante la oración reconocemos nuestras debilidades y la necesidad de pedirle que Dios nos acompañe permanentemente en nuestro camino hacia la plenitud. Al pedirle "no dejes que nada me separe de tí", manifestamos nuestra decisión de seguirle a El, de renunciar a los bienes que nos pueden esclavizar y a centrar nuestra vida en lo que realmente es importante: nuestra salvación.
Nos debemos colocar ante la vida como si todo lo que tenemos es prestado. Y lo es para hacer el bien, para ayudar al que no tiene las mismas oportunidades y privilegios, para el que no sabe cómo salir de su pobreza espiritual, para el que carga con su cruz sin detectar que ella es el camino que lleva a la felicidad eterna. Esa actitud es la que nos hará libres.
Vale la pena vivir
"Vale la pena vivir" nos decía el P. O'Keeffe en los responsos de María de la Luz Zañartu, pensando en cómo ella partió feliz por tener a Dios en el centro de su vida. La Fundación María de la Luz está inspirada por estos principios, que son los que queremos también ofrecer e invitar a compartir entre los que en mayor o menor medida estamos involucrados en ella.Mayo de 2010